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Apostando a que la guerra económica se tradujera en crisis galopante capaz de preparar un escenario de creciente descontento y protesta en el pueblo venezolano, los sectores de la ultraderecha se lanzaron a la aventura de las guarimbas. Calculaban que actuaría como mecha de la esperada implosión social.
Acá también jugaron un papel importante las graves contradicciones en la MUD. Después de cuatro graves reveces consecutivos, Capriles, el mariscal de las derrotas, comenzó a ser cuestionado por parte de la dirigencia de la MUD, encabezada por Leopoldo López. En la pugna por la hegemonía en la oposición, este último despliega la estrategia de la violencia para desplazar al primero.
El resultado fue decepcionante para los fascistas. No se produjeron las protestas calculadas. Subestimaron al pueblo venezolano pensando que, motivado por las consecuencias del desabastecimiento y la carestía, se iba a lanzar al ataque contra un gobierno que le ha brindado beneficios gigantescos en 15 años de revolución. De hecho, el gran drama de la oposición es no contar con respaldo popular en las demandas que formulan ni en los actos de violencia.
Por el contrario, se ha producido un altísimo rechazo de los vecinos de urbanizaciones de capas medias sitiadas por facinerosos. Los gurús de la oposición se quejan de la torpeza y desobediencia de sus operadores. Los “moderados”, acobardados frente a los extremistas, son incapaces de condenar el vandalismo. Se dibuja en el horizonte inmediato una nueva derrota y frustración de las fuerzas opositoras.
Mientras tanto, el pueblo chavista ratifica su decisión de defender al Presidente Maduro