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La especulación es un rasgo fundamental de nuestra economía, que se arraigó décadas atrás. El negocio de los empresarios locales (no es la totalidad), más que invertir y competir en función para justificar la ganancia, ha sido capturar la renta petrolera aprovechándose del Estado y explotar un mercado cautivo, imponiendo precios exorbitantes para obtener las tasas de ganancias más altas del planeta.
Eso explica buena parte de nuestro atraso productivo, rezago tecnológico, dependencia externa, alta inflación… En ese sentido, se presenta la especulación cambiaria como una clara manifestación de esos males. El precio del dólar en el llamado mercado “negro”, ubicado en niveles estratosféricos, desvinculados en términos absolutos de la realidad, es motorizado a esos niveles precisamente por esa conducta especulativa.
Los agentes económicos ven la posibilidad de obtener jugosísimas ganancias, aprovechando sus posiciones de poder y valiéndose de prácticas ilegales, como el desvió de divisas asignadas para otros propósitos y negociadas en un mercado ilegal, con lo cual le imponen condiciones de penuria a la población.
Para los especuladores, como expresión clara de la lógica capitalista, no les importa nada la más mínima reflexión ética. Esas prácticas se traducen en inflación, que golpean a la población (afortunadamente el Gobierno la afronta con una voluminosa inversión social), pero eso no juega ningún papel en sus cálculos, todo queda subordinado a la maximización de la ganancia.
El Gobierno debe actuar con contundencia contra este flagelo, porque los costos de todo tipo se acumulan de manera preocupante.