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La corrupción azota a la sociedad venezolana desde hace décadas, llegando a su clímax en los años 90, cuando se generó el rechazo colectivo y la perdida absoluta de legitimidad del régimen puntofijista.
La corrupción envilece el funcionamiento de la sociedad. Permite beneficios y privilegios al margen de la ley para los más poderosos, que imponen el peso del dinero en función de enriquecimiento y poder, ensanchando desigualdades sociales propias del capitalismo.
Asimismo, la ética capitalista, que justifica y estimula el enriquecimiento privado sin límite, es un caldo de cultivo para estas prácticas, donde funcionarios públicos son presa de las ofertas corruptoras de los poderosos o imponen a la sociedad estas prácticas en el afán de enriquecerse. El Estado, en su condición de aparato político dirigido por las élites se presta perfectamente para ello.
Sin duda, la fuente originaria de la corrupción es el capitalismo.
La revolución bolivariana nace como compromiso del comandante Chávez de abatir la corrupción. Allí se inscriben los esfuerzos por construir un nuevo Estado nacido de las raíces populares, con métodos eficientes de contraloría.
Igualmente, hay que subrayar los esfuerzos gigantescos en el ámbito cultural. La feroz lucha por impulsar la ética socialista se alinea en contra de los antivalores capitalistas.
En ese contexto, las nuevas relaciones de producción socialista serán un golpe fulminante para las corruptelas.
La declaración de guerra a la corrupción hecha por el Presidente Maduro es la continuidad de lo iniciado por Comandante Chávez. Esta política cuenta con el apoyo absoluto del pueblo.