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Esa es una de las modalidades predilectas de la guerra económica, que ocasiona una tremenda carga económica y de desabastecimiento. Esos lastres no son sostenibles, terminan agobiando financieramente al país en medio de un creciente malestar social.
La motivación fundamental del contrabando es la ganancia, lo cual revela la sustentación “ética” del capitalismo, que justifica cualquier enriquecimiento, sin importarle las graves consecuencias que ocasione.
Evidentemente, el contrabando también tiene móviles políticos. Es parte de la política golpista de la contrarrevolución. Es reveladora la iracunda reacción de la derecha local frente a las medidas del gobierno para frenar este flagelo.
La asociación entre opositores y contrabandistas es obvio en lo financiero (los contrabandistas son financistas de los opositores), así como en lo políticos (tienen la determinación común de recuperar privilegios perdidos, derrocando al Gobierno Bolivariano).
Además, destaca la participación de fuerzas externas como la ultraderecha colombiana y latinoamericana con sus nexos con el narcotráfico y otros negocios turbios, especialmente el uribismo. En el mismo sentido actúa el imperialismo, que ha demostrado por décadas su eficiencia en estos asuntos.
La tarea de la revolución es frenar esta sangría. Se redoblan los controles. Además debemos endurecer la lucha contra la corrupción y superar un conjunto de desequilibrios económicos (inflación, dólar “negro”, limitada producción…), que hacen del contrabando un negocio muy lucrativo.
Asimismo, es indispensable la movilización popular, sin la cual no hay solución a ningún problema de nuestra Revolución