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Uno de los mayores desafíos de una Revolución consiste en superar los ataques surgidos de la contrarrevolución. Las revoluciones se confrontan siempre con estrategias desestabilizadoras y golpistas, que van desde ataques diplomáticos y políticos, pasando por guerras económicas, hasta llegar a intervenciones militares.
Nosotros enfrentamos una intensa estrategia desestabilizadora, que pretende minar las bases de nuestra Revolución. Una manifestación de ella son los episodios nauseabundos de la guerra sucia.
Estas campañas son elaboradas en sofisticados laboratorios de guerra sucia, manejados desde el exterior y apuntalados por agencias de inteligencia como la CIA, cuya tarea fundamental es la desestabilización y derrocamiento de gobiernos “enemigos” a través de operaciones encubiertas.
El más reciente episodio apunta al descrédito más infame en contra de un líder fundamental de la Revolución, como lo es el camarada Diosdado Cabello. Este ataque busca su linchamiento moral y, además, la destrucción de las instituciones del Estado revolucionario.
Este ataque tiene como propósito, igualmente, la desmoralización del pueblo y mancillar la imagen de nuestra Revolución en lo interno, pero principalmente en el exterior. Nuestro Estado debe ser proyectado como un Estado fallido que, en medio de una profunda crisis económica fomentada por el sabotaje petrolero y la guerra de precios promovida por EEUU con fines geopolíticos, así como la ejecución de ataques terroristas estimulados por las guarimbas, justificaría una intervención militar. La guerra psicológica juega un papel vital en esta estrategia.
La respuesta de la Revolución no puede ser otra que la movilización popular y la ofensiva política, ideológica y comunicacional