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El momento actual está signado por la ofensiva revolucionaria para derrotar la guerra económica y la corrupción.
La economía venezolana ha venido promoviendo niveles exorbitantes de especulación. La usura se ha apoderado de la lógica de una casta empresarial profundamente parasitaria. Esta condición se ha exacerbado, superando los niveles observados durante las últimas tres décadas. La única consideración de esta conducta no es financiera.
Hay un cálculo perfectamente diseñado de carácter político. Es la política golpista, la misma que aplicaron contra el presidente mártir, Salvador Allende, y contra el mismo comandante Chávez en el año 2002.
La lucha contra la corrupción es igualmente compleja. Esta se ha fundamentado en un sistema con profundas raíces institucionales, económicas y morales. Es una verdadera lacra que desmoraliza al pueblo venezolano y merma sensiblemente el patrimonio público. Se trata del saqueo de los recursos del Estado venezolano, lo cual se ha constituido en un mecanismo de acumulación de riqueza y poder de los grandes grupos económicos y sus operadores políticos.
En ambos casos se produce una terrible aberración ética.
El capital supedita todo a la ganancia e incluso está dispuesto a sacrificar la paz del país, para recuperar privilegios obscenos. Para nada les importa las consecuencias que eso tenga. La corrupción es igualmente una práctica nauseabunda desde el punto de vista moral.
La gran tarea de esta revolución consiste en la refundación ética de la República sobre la base de valores socialistas, vale decir, humanistas. No será tarea sencilla, pero es imprescindible.