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La transformación del modelo económico rentista en uno productivo es uno de nuestros mayores re-tos históricos. Al dedicarnos a la producción y exportación petrolera a comienzos de siglo XX por imposición de las trasnacionales y los centros imperialistas, que nos moldearon de acuerdo con sus necesidades en el contexto de la división internacional del trabajo, nuestra actividad productiva se fue encogiendo y nuestra economía comenzó a depender de una fuente de ingresos vulnerable y crecientemente desvinculada del trabajo.
Es vulnerable, porque los ingresos petroleros están sujetos a ciclos alcistas y contractivos, determinados por factores de la política regional y mundial, así como de la coyuntura económica internacional, que le imponen su ritmo al desempeño de nuestra economía. Durante los años 2008-2009 se produjo la última gran afección de gravísimas repercusiones, producto del derrumbe de los precios pe- troleros en el marco de la crisis mundial, que aún padece el capitalismo a escala mundial.
Por su parte, está desvinculada del trabajo, porque buena parte del ingreso petrolero obtenido no es la retribución a la actividad productiva, sino una especie de bonificación (renta), recibida por el único hecho de disponer en forma excedentaria de la principal fuente energética comercializada a escala planetaria, lo cual lo convierte en un instrumento de creciente valor geopolítico.
El rentismo nos acompaña como rasgo económico fundamental desde los años 50 del siglo pasado, arraigándose progresivamente durante las letras décadas sucesivas hasta nuestros días y convirtiéndose incluso en un elemento esencial de la cultura dominante.