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Por tratarse del imperio más poderoso de la historia, las elecciones del presidente de los EE.UU. tienen una importancia crucial para los pueblos del mundo.
Con toda seguridad se registrará una alta abstención, mayor a 40%, como tradicionalmente ocurre en esa nación, lo que revela altos niveles de desencanto de la población en relación con el sistema político imperante.
La falta de legitimación popular de los mandatarios estadounidenses constituye un rasgo esencial de la democracia burguesa decadente en medio de la crisis capitalista.
En contraste a la escasa movilización de la población, se ha producido una intensa activación de los factores determinantes de esa plutocracia, en la que se impone la voluntad de Wall Street, el complejo militarindustrial, las corporaciones petroleras y el lobby sionistas, entre otros.
Aunque el desenlace –reñido, de acuerdo con las encuetas– no cambiará la esencia imperialista de ese Estado, lo cual quedó plenamente demostrado en el debate televisado sobre la política exterior, en el que no hubo mayores diferencias en cuanto a su carácter expansionista y guerrerista, es evidente que existen matices que estamos obligados a observar.
Si comparamos las acciones de los gobiernos de Bush y Obama, para no remontarnos a la actuación de Republicanos y Demócratas en las últimas décadas, se constata en Obama mayor cautela y escrúpulos, más sensatez en algunas decisiones…
Sin querer magnificar los matices, estos juegan un papel muy importante en el análisis político, sobre todo cuando no hay otra alternativa en la sociedad estadounidense, por ahora.